El sabio refranero sefaradí

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Joseph Hodara

Cuando el 12 de octubre último nos llevó a recordar que sólo han transcurrido algo más de 500 años desde el descubrimiento de nuevos continentes, el desconcierto y las preguntas se hicieron presentes. Abrumados como estamos por la rápida sabiduría de Google que parece tornar prescindibles bibliotecas y diccionarios, y después de saber sobre múltiples culturas y climas merced a la red de rápidos transportes y el goce de felices vacaciones, no encontramos sin embargo fácil explicación a los miles de años que debieron transcurrir hasta el hallazgo de las naves de Colón.

Y el asombro se multiplica cuando leemos o nos informan que hace menos de dos siglos muy pocas calles de las principales ciudades europeas conocían el alumbrado público; que el petróleo como fuente de energía sirve desde apenas un siglo; que sólo los soldados heridos en la II Guerra empezaron a beneficiarse con los antibióticos; que medios de comunicación como teléfonos y televisión se difunden y modernizan sólo en los últimos cincuenta años; y que canales como el WhatsApp aceleran -sin multiplicar o difundir- la humana interacción en la última década.

Sin embargo, más allá y sin perjuicio de la erudición y de los enigmas de múltiples innovaciones que aplaudimos y adoptamos sin comprender a menudo con algún detalle sus contenidos y sus modalidades de operación, hay algo que preserva su valor como fenómeno difundido y popular: el refrán. Y aquí interesa en particular el refrán sefaradí.

En Israel, Itzjak Navón fue una de las figuras que difundió esta manifestación de la sabiduría popular judía que convivió sin fricciones con las más sofisticadas expresiones de la filosofía y de la literatura. Y para evocar su memoria parece atinado hacer referencia al Refranero judío-español que fue reunido por Raphael Benazeraf en una edición de lujo, que contó sólo cien ejemplares, y que vio la luz en 1975. Merece atención.

Benazeraf nació y se modeló en el seno de una familia que debió moverse entre Tetuán, Casablanca, Tánger y Ceuta, sin eludir el barrio sevillano de Santa Cruz y las frecuentes visitas al Museo del Prado. Para “conservar lo nuestro” y lo propio se consagró a reunir esas frases breves que informan y presiden nuestros hábitos de reflexión y vida incluso en estos tiempos guglenianos.

Algunos ejemplos. La ironía se enciende en A buena puerta te cojo la hambre, y la aceptación de lo inevitable se manifiesta en “Agua que no es de beber dejala correr…” Sabiendo las reservas que un cuerpo débil puede oponer para ser curado se aconseja Al enfermo no se le pregunta si quiere. Y el justificado egoísmo a menudo es necesario: Antes son mis dientes que mis parientes…Y siempre se debe recordar: Buenas palabras finden piedras…

Itzjak Navón, como jerosolimitano que desde la infancia habló y absorbió los vocablos del judeoespañol, se entregó a difundir las expresiones de la cultura en ladino. La obra teatral Bustán Sefaradí es uno de los principales canales; conoce ya más de dos mil representaciones en el teatro Habima. Y esta cultura -incluyendo los dichos y refranes que sintetizan la sabiduría popular- se difunde con regularidad en Los días de leche y miel, encuentro que tiene lugar anualmente en el Mar Muerto.

El refranero sefaradí es parcela cultural no sólo de los judíos que habitaron España, norte de África y el Imperio otomano. Gravitó apreciablemente en la propia cultura española. La colección ofrecida por Alonso de Barros, editada por José Bergua, contiene evidencias de este influjo. Por ejemplo, para recomendar el maridaje a una temprana edad se dice A la moza con el mozo, y al mozo con el bozo. Y para justificar los buenos o malos rumores: “Algo tendrá el agua cuando la bendicen”… Que en lenguaje de estos días se traduce como “Cuando el río suena, agua lleva”…

Sabiduría popular que pervive más allá de las rápidas mutaciones que conocemos en estos días. El refranero sefaradí la revela y difunde al lado de otras culturas que revelan la humana convergencia en estos tiempos que pretenden deshacerla. Y de manera particular, las experiencias particulares de un segmento del pueblo judío que por intolerancias de otros tiempos -que desde entonces se repiten- debió peregrinar y recrearse con otras culturas.



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